El viento soplaba con un intenso susurro que anunciaba que la tormenta se acercaba. Unos instantes después comenzó a rugir con la fortaleza de quién conoce lo inevitable.
Aun así, ella, caminaba desnuda, dejando al descubierto su fragilidad y su belleza, muy consciente de no perder el contacto con su Esencia.
Sentía miedo porque intuía la vorágine de emociones que estaban a punto de quedar al descubierto.
Sentía miedo porque sabía, que una vez abierto el corazón, podía sentir la emoción ilusoria de la perdida. Ilusoria pero dolorosa, por la intensidad con la que es sentida cuando uno se entrega a otro sin reservas.
Y en su caminar, la blanca luna en la noche le hacía compañía y en su soledad…no se sentía sola.
La vibración de Aquella que ama es tan poderosa, que cuando te toca, no queda lugar a dudas de la autenticidad de su amor.
Solo que Aquella que ama nunca puede entregar su amor a una única persona. Su amor crece cuando se comparte, se extiende cuando es entregado, regresa a ella, de donde nace, cuando es dado.
Aquella que ama vive así en una soledad llena, porque su amor, no le pertenece a nadie. Su amor no puede ser único y especial para un solo ser.
Nadie más que ella, comprende esta manera de amar.
Aquella que ama, está aquí. Nada es perdurable, excepto ella.
Una noche que una gran luna llena cubría el cielo de luz, Aquella que ama se sentía extraña, con una sensación que nunca antes había experimentado y a la que no podía ponerle palabras.
Aquella que ama había hecho un fuego en lo alto de la montaña, y a su lado se refugiaba del frio que inexplicablemente, su corazón sentía.
Aquella que ama no podía imaginar lo que estaba a punto de ocurrir y que esto transformaría su vida y ya nunca volvería a ser la misma.
A lo lejos se dibujó una silueta en la noche. Era la silueta de un hombre que se acercaba montado en un caballo de larga y negra melena.
Al acercarse al fuego, Aquella que ama puedo ver de cerca los ojos negros más tristes que jamás había visto. Sin embargo, era una tristeza extraña, era como una tristeza profundamente aceptada, una tristeza que había acompañado al Hombre que no podía amar toda su vida.
Aquella que ama y el Hombre que no podía amar se quedaron mirándose, en silencio, fijamente a los ojos durante unos instantes profundos, hasta que Aquella que ama hizo un gesto al hombre para invitarle a sentarse junto al fuego.
Sin apenas decirse nada, Aquella que ama y el Hombre que no podía amar supieron que sus vidas se habían cruzado por una razón, que quizá aún no podían comprender, pero de la que inevitablemente no podían escapar.
Era tal la atracción, la pasión, la entrega, la unión, la intensidad con la se deseaban… que Aquella que ama y el Hombre que no podía amar comenzaron a vivir, que ambos se sentían desbordados por el amor más puro que jamás habían experimentado, un amor que les hacía traspasar sus propios límites, para ir más allá de lo conocido, ir allá donde la frontera entre el tú y el yo desaparece para quedar solo el latido de un único corazón… sintiendo… vibrando… una única melodía sonando al unísono.
Aquella que ama se enamoró perdidamente del Hombre que no podía amar. Era tan grande su deseo de entregar todo su amor a aquel hombre, que poco a poco fue olvidándose de entregárselo a los demás.
Así Aquella que ama se fue olvidando de cuál era el sentido de su vida, y se fue marchitando por dentro sin poder hacer nada para evitarlo. Sin quererlo, fue olvidándose de Quién Era.
El Hombre que no podía amar conocía la Verdad. Sabía que no podía permanecer al lado de Aquella que ama, porque a su lado, ella dejaba de ser ella, dejaba de expresar la Verdad para que la había nacido. En el fondo de su ahora triste corazón, ella también lo sabía.
La despedida fue intensa en emociones, pero llena de una comprensión por parte ambos que traspasaba todo entendimiento. Sus ojos permanecieron fijos, mirándose por dentro el uno al otro, y de nuevo no hicieron falta las palabras.
Aquella que ama sintió fuertemente la ilusión de la pérdida, ilusión porque ella sabía muy bien que el amor no puede perderse, porque más allá del tiempo y la distancia, el amor es eterno.
Pero el amor solo se siente cuando se da, solo crece cuando se entrega, solo en la entrega el amor se expande.
Aquella que ama lo sabía muy bien, había nacido para ello.
Al recordar esto, Aquella que ama, levanto su cabeza y pudo ver desdibujarse a lo lejos la silueta del Hombre que no podía amar, alejándose en su negro caballo.
Y entonces sintió como su corazón empezaba a expandirse de nuevo y sintió esa sensación indescriptible que se siente cuando se ama.
Una sonrisa sincera broto del rostro cubierto de lágrimas de Aquella que ama. Sonreía y su corazón se expandía más y más… porque sabía que aquel Hombre que no podía amar, había conocido el amor, había conocido la Verdad, se había conocido a sí mismo.
Aquella que ama, está aquí. Nada es perdurable, excepto ella.
2 comentarios
Bellas palabras!!
Solo aquella que ama sabe lo que es el AMOR.Gracias